Uno de los edificios que colapsaron tras el terremoto en Mandalay, Myanmar.

Uno de los edificios que colapsaron tras el terremoto en Mandalay, Myanmar. Stringer Reuters

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El terremoto "más mortal en décadas" aboca a la infancia de Myanmar a vivir "una crisis sobre otra": la alerta de las ONG

El seísmo del 28 de marzo en la antigua Birmania pone a millones de menores en una situación de riesgo que agrava un contexto humanitario ya crítico.

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"El terremoto es una tragedia dentro de otra tragedia". Así se refiere Federica Franco, coordinadora general de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Myanmar (Birmania), al seísmo de magnitud 7,7 que azotó al país el pasado viernes 28 de marzo. 

Franco asegura, a través de un mensaje de audio, que "la comunicación en estos momentos es muy difícil debido a los apagones". Estos, recalca, "ya eran frecuenten por el conflicto en curso, y ahora se ven agravados por la interrupción de las líneas causada por el seísmo".

Según MSF, las cifras de damnificados son aún parciales por el "complicado" acceso de la ayuda humanitaria. Muchas carreteras y puentes están cerrados, dañados o, directamente, han colapsado. 

Se estima, asegura Franco, que por el momento habría alrededor de un millar de muertos y más de 2.000 heridos solo en la región de Mandalay. Las cifras oficiales son aún menos halagüeñas: en todo el país, la ONU contabilizan —en el momento en el que se escriben estas líneas— más de 1.800 personas fallecidas y más de 3.400 heridos, y eso que hay zonas de difícil acceso de las que aún hay escasez de datos. 

Desde UNICEF alertan, además, de que buena parte de los damnificados por este terremoto son menores que ya de por sí se encontraban en una situación vulnerable.  "En cuestión de minutos, perdieron a sus seres queridos, sus hogares y el acceso a servicios esenciales. Las necesidades son enormes y crecen con cada hora que pasa", indica Catherine Russell, directora ejecutiva de UNICEF. 

Un "golpe brutal"

Según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (UNOCHA, por sus siglas en inglés), de los 57 millones de personas que conformaban la población en el país asiático al inicio de este año, 19,9 necesitaban ya ayuda humanitaria. Este terremoto, recuerda Russell, es "otro golpe brutal" para la población, especialmente para los niños y niñas de Myanmar.

Ellos, los menores, son ahora la principal preocupación de las organizaciones humanitarias sobre el terreno. Porque, como indica el director regional en funciones para Asia de Save the Children, Jeremy Stoner, "son los más vulnerables tras una catástrofe".

Muchos de ellos, insiste, "ya vivían en medio del conflicto, el desplazamiento y la privación". Ahora, hogares, escuelas, hospitales e infraestructuras críticas han sufrido graves daños y el seísmo ha dejado a muchas comunidades sin electricidad ni conectividad móvil.

Uno de los equipos de rescate buscan supervivientes en Mandalay.

Uno de los equipos de rescate buscan supervivientes en Mandalay. Stringer Reuters Myanmar

Desde MSF confirmar que han "recibido fotos y testimonios de escuelas, monasterios, hogares, así como hospitales y edificios gubernamentales, completamente destruidos y cientos de personas desplazadas".

El acceso a agua potable, a atención médica o refugio es complejo y, por tanto, indican desde UNICEF, "las familias que ya vivían en condiciones frágiles ahora enfrentan una situación aún más desesperada". 

"Una crisis sobre otra"

"Una crisis sobre otra crisis" es lo que, como recuerda Russell, está viviendo la población de Myanmar. Precisamente por eso, las oenegés están pidiendo recursos urgentes "para salvar y proteger vidas". Asimismo, reclaman un acceso humanitario "seguro, rápido y sin restricciones" a las zonas afectadas. 

Unni Krishnan, director humanitario global de Plan International, por su parte, pone el foco en los "aprendizajes clave para tener en cuenta y poder dar una respuesta eficaz ante la crisis". Pues no es la primera vez que un país en conflicto ve cómo un desastre natural noquea los pocos recursos de los que la población civil dispone. 

Porque, insiste Krishnan, "los terremotos transforman vidas y paisajes; nada vuelve a ser igual". De ahí que insista en que la respuesta durante las próximas semanas es vital. 

Desde los escombros

Krishnan destaca cinco ideas que, dice, aprendió de la manera más difícil posible. Es decir, "entre los escombros". Todas ellas, asegura, se tornan de vital importancia en situaciones como la vivida en Myanmar. 

"La preparación y la prudencia pueden salvar vidas". Las réplicas, indica, suelen acabar el trabajo empezado por el seísmo y es fundamental prepararse para que su devastación sea menor.

"Apoyar a los actores locales". Por eso, "la ayuda internacional debe complementar, no competir, con los esfuerzos locales".

Intervención psicosocial. "El acceso a alimentos, agua y suministros médicos puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte", cuenta. Pero, matiza, "no todas las necesidades son visibles y tangibles", pues "el impacto psicosocial de un terremoto es profundo y duradero".

"La infancia primero". Krishnan tiene claro que "los niños y niñas separados de sus familias son especialmente vulnerables y, en algunos contextos, ellas corren aún más peligro debido a desigualdades preexistentes que se agravan". Por eso, "es crucial proteger a la infancia aislada en aldeas remotas, a quienes han quedado huérfanos y a las niñas expuestas a la trata y la violencia".

"No matan las sacudidas, sino los edificios inseguros". El portavoz de Plan Internacional asegura que son las construcciones precarias las que provocan más muerte: "Si un país cuenta con códigos de construcción sólidos y una infraestructura resiliente, las posibilidades de supervivencia aumentan significativamente".

Las claves del conflicto

Tal y como explican desde UNICEF, Myanmar es "una de las emergencias humanitarias más complejas del mundo". Y lo era incluso antes del terremoto. Pues, según el fondo de la ONU para la infancia, más de 6,5 millones de niños y niñas necesitaban ayuda, y uno de cada tres desplazados era menor.

Sin embargo, los recursos para enfrentar esta crisis humanitaria olvidada son escasos. Desde la UNOCHA recuerdan que el fondo internacional de ayuda para esta crisis este 2025 solo cubriría a 5,5 millones de personas, de los 19,9 millones que necesitarían apoyo humanitario. 

Además, tal y como denuncian desde Human Rights Watch, "las atrocidades cometidas por el ejército desde el golpe de Estado de febrero de 2021 constituyen crímenes de guerra y de la humanidad". Estos, indica la oenegé de protección de los DDHH, está "alimentados por décadas de impunidad".

Son las personas pertenecientes a la etnia rohinyá las que "se enfrenta actualmente a las amenazas más graves desde las atrocidades cometidas por el ejército en 2017". Desde Human Rights Watch, además, indican que la situación es aún peor desde 2023.

Desde entonces, afirman, "el ejército ha lanzado ataques aéreos contra escuelas, hospitales, lugares religiosos y campamentos para desplazados".